domingo, 25 de octubre de 2009

Espiritualidad creciente

huitchilopotzli lalala!! hutchiloptzli laaa la la la la la!!

Quinto día de misión, si mal no recuerdo era miércoles. Ale no fue de visiteo por que se sentía muy mal, algún problema estomacal que ella decía era más o menos normal, pues le pasaba seguido. Esa mañana insistí mucho en ir a "El Molino", por el hecho de buscar que no se descuidara la evangelización de esos lugares y por el hecho de que nos habían mencionado que normalmente no les llegaban misioneros ahí. Por alguna razón entonces yo tomé esa responsabilidad como propia y propusé yo ir para allá, acompañado de Andrea puesto que ella conocía ya el camino y me podría guiar.

Después de caminar un poco más de lo que esperaba, vimos el mencionado cementerio a nuestra mano derecha. caminando un poco más, Andrea me enseña la vereda por la que habían entrado. Atravesamos unos pastizales amarillos y vimos un caballo café amarrado. Subiendo una pequeña colina nos encontramos con una pequeña casa de madera y techo de paja, casi de película. Estábamos a punto de gritar el típico "¡buenos días!" cuando vimos a un señor de mediana edad más adelante y fuimos a saludarlo. Le preguntamos por "El Molino", por que para esto Andrea no estaba muy segura de en donde estabamos y nos contestamos en él. Muy amablemente nos guió hasta su casa y Andrea ya reconoció el lugar. Resulta que a "El Molino" se le llamaba a la propiedad de la familia que vivía en ese ranchito. Tres o cuatro casas muy humildes, unas cuantas gallinas y mucho terreno.

Los abuelitos de la casa eran puro amor, e inmediatamente después de saber que llegamos dejaron sus labores y nos invitaron a pasar a la cocina. Nos ofrecieron café y una muy buena platicada. Y estoy hablando de una MUY buena platicada de varias horas. Llegó la hora de la comida y nos ofrecen sopa de carne. Una vez servido, nos vimos en la incomodidad de que no teníamos cubiertos, y en nuestra inexperiencia no teníamos ni idea de que hacer. - "Adelante, coman". Resultá que teníamos que comer directamente con la tortilla, no sé si mi lector lo ha intentado, pero suele ser bastante trabajoso. No me quejo, las tortillas eran echas a mano y estaban gruesas y deliciosas, y la sopa ni se diga, me atrevería a decir que ha sido de las mejores que he comido. Pero mi hambre no es infinita, ni mi estómago puede con tanto. Además, después de comer demasiadas tortillas para una sentada, me di cuenta de que Andrea no podía acabarse lo suyo, en verdad era mucho. Entonces en un discreto movimiento cambiamos platos y tuve que comer también lo de ella. Es verdad cuando dicen que por más que camines de misiones, terminas engordando.

Después de seguir platicando durante un rato (durante el cual la señora preparaba algo extraño para mi), llegó otro de los hijos: Don Telo. Este señor moreno de ojos verdes, sombrero y botas era (es) bastante especial en su manera de expresarse, muy alegre y cariñoso en general. Nos contó prácticamente toda su vida y después de un buen rato nos despedimos, pues ya se hacía tarde y seguramente los demás nos estarían esperando. Antes de irnos la señora nos dió un poco de aquello que estaba preparando: capirotada. En ese entonces no lo sabía, pero es un dulce típico que se prepara en semana santa y está hecho a base de pan, nuez, cacahuate, pasas, plátano, bombones y todo aquello que quepa en la imaginación y presupuesto de una señora. A muchos no les gusta por que se ve como vomitada de perro, a mi me encanta. En fin, salimos por un camino diferente al que entramos, y resultó que la veredita que tomamos entre ramas, cruzar el pastizal y subir la colina había sido totalmente innecesario, pues había una entrada bastante amplia hasta con letrero y todo que daba al mismo camino, solo que un poco más adelante. Algó que también me impactó bastante, y hasta la fecha tengo grabado, es la imágen de la entrada de esa casa. Es un terreno de cien metros cuadrados más o menos, con pasto muy fino y justo en el centro un árbol enorme. Me encanta la imágen por que este terreno está en medio de dos bosques tupidos y se ve como un claro en el que en el centro está el árbol más grande y majestuoso de todos, con sus ramas firmes y verdes alabando a Dios en todo su esplendor.

Ese visiteo, aun que fue de solamente una familia, fue bastante provechoso tanto para ellos como para nosotros. Y sobre todo alimento del alma. Llegamos al centro misionero y después de una buena platicada, ya más unidos a raíz de las experiencias de la hora santa y buenos visiteos, decidimos acostarnos un rato. Intentando ser fiel a la verdad y para que mi conciencia no me acuse de evitar detalles importantes deliberadamente, te comento mi lector lo que pasó después. El relajamiento y la confianza ya sembrada dio pie a que la frate se tomara ciertas libertades, como la de bromear o jugar más abiertamente. Y pues resulta que le hicimos bolita a alguien, creo que a Chayo, y estábamos unos arriba de otros. En eso se oye una pequeña voz decir algo así como "misioneros ¿no va a haber catequesis? Para nuestra sorpresa y vergüenza había dos niños en la puerta viendo todo. Enseguida nos paramos y salimos (¿salieron?) a jugar con ellos y demás actividades propias de la catequesis.

Recuerdo en esa catequesis haberme quedado adentro con Ale. No sé si por evitar la catequesis o alguna razón más noble como espero que así alla sido, si no, que Dios me perdone. Pero bueno, independientemente pasó algo bastante curioso. Creo haber mencionado que los días anteriores había cierto patrón climático: una mañana calurosa, catequesis medio mojada y celebración lluviosa con una noche seca y llena de nubes. Pues esta no fue la excepción, por el contrario, a la hora de la catequesis se vino un diluvio total, incluso con granizo. La gente se tuvo que meter al centro misionero y ahí Caro salvó la situación con un juego, "basta" al parecer. Después de algún tiempo y apenas cesó la lluvia, la gente se empezó a retirar.

Llegó la hora de la celebración de la palabra y no había un alma fuera de nosotros. Era por así decirlo "justificable" por la lluvia, pero no dejé de sentirme un poco mal por ello. Aún así, una vez empezada la celebración caí en la cuenta del momento tan especial en el que nos encontrabamos. Dios, en su infinita sabiduría, de alguna manera nos había puesto en esa situación para entregársenos de esa manera tan especial y privada. Terminamos la celebración y volvimos al centro misionero en un ambiento mucho más espiritual. No sé si a mi lector le diga algo la palabra, pero no se como más describirlo. Supongo que podría intentarlo diciendo que se vivía un ambiente de paz, tranquilidad y serenidad que sólo el amor de Dios en la eucaristía pueden dar, pero no ser acerca mucho a la verdadera sensación.

Para lo que sigue después requeriré otra entrada, por que amerita la suya propia y por que no vaya a ser que mi lector ya esté cansado y prefiera continuar estar historia en otro momento.

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