martes, 31 de agosto de 2010

Sola y su alma

Una mujer estaba sentada sola en su casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean la puerta. (Tomas Bailey Aldrich)

El tic-toc del reloj de madera a su derecha seguía repicando. Tic. Toc. Tic. Toc. Tic. La madera bajo su peso y el de la mecedora seguía rechinando con cada oscilación. Su mirada joven, firme, hermosa... su mirada seguía fija en el horizonte enmarcado por unas cortinas grisáseas desgastadas. Tic. Toc. Tic. Toc-toc-toc. Sus dedos, casi imperceptiblemente, se movieron nerviosamente para agarrarse mejor al descansabrazos. La luz del sol continuaba iluminando por la ventana las partículas de polvo que abundaban en el aire. Una sutil brisa atravesó la habitación perturbando primero a las cortinas, empujando pollen y algunos pétalos de colores hacia adentro de la casa y moviendo graciosamente los rizados rubios de la dama. Tic. Toc. Tic. Toc. Toc-toc-toc.

Por fin se levantó. Mi perla preciosa, la niña de mis ojos, el amor de mis amores, mi tesoro, mi vida, mi querer. ¡Por fin! Llevaba en sí un vestido azul largo y viejo, aunque no por eso sucio ni feo, y claro, es que ya ha pasado al menos un año (¿o mucho más?) desde que se confeccionó ropa de cualquier tipo. Volteó lentamente la cara hacia mi persona, libre de maquillaje, belleza natural, y por supuesto, era lógico, ya no había razón para usarlo. Sus ojos se encontraron con los míos ¡sus ojos! Esos profundos y bellos ojos. Alguna vez pensé que parecían un claro de luna, en una noche mágica, a la orilla de un gran lago, dentro de un bosque verde y frondoso, pero me quedé demasiado lejos de poder describirlos. Casi caigo desmayado en ese momento, y solo por fortuna pude quedarme de pie en donde estaba, junto a la puerta abierta, todavía con el puño haciendo el ademán de insistir en llamar su atención. Ella es ahora quien se acerca a mi, y dice entre grititos de alegría y sollozos.

- ¿Eres real? No lo quiero creer, mi mente me está jugando trucos. No. Todos murieron. ¿Cómo estás aquí?
- ¡Lo soy, siénteme!

Corrió hacia mi. Las lágrimas iban quedando en el camino. Su cuerpo entero se balanceaba hacia mi persona. Su cabello dorado volaba sincronizado con la tela de su vestido. Los rayos de sol bailaban iluminando aquí y allá jugando con las sombras, los vidrios y las joyas de la habitación. Veía todo esto y oía perfectamente su zapatear sobre la madera y sentí su suspiro en mi cuello en el momento en el que me abrazó, y yo la abracé, y lo que abracé fue aire.

Y me fui de esa casa. Una casa más que visito. Una casa más en la que no hay nadie. Una casa más en la que no está ella. Todos se han ido. Ella se ha ido.

sábado, 7 de agosto de 2010

Lavadora

Primero estaba en un salón cuadrado, D., D., E. y A. no habían llegado, era un problema porque ellos tenían temas que exponer. Consulto con N. que es lo que procede varias veces, y finalmente por la puerta entreabierta se asoman D. y D. y me dan autorización de empezar con sus partes. El área que tenía de movimiento estaba limitada por mesa-bancos grises modernos en un espacio rectangular que abarcaba tres cuartas partes de la pared a la que yo daba la espalda. Empiezo a hablar desde la introducción del tema y en algún punto N. me voltea a ver severamente y luego señala su reloj. Me apresuro en mi hablar y en cierto momento de mi exposición F. y dos personas más están distraídas escribiendo en un papel, que al acercarme entre la gente me doy cuenta que es una tarea de matemáticas. Para cuando me doy cuenta, ya todo el salón está distraído y haciendo un ruido ensordecedor (Sobretodo L., que se encontraba a la mano izquierda de quien se parara a exponer). Me enfurezco más de lo que debería con F. y le empiezo a gritar, ante mi sorpresa ella empieza a sollozar y luego a llorar dramáticamente. Le pregunté el motivo mientras le secaba las lágrimas con mis dedos y lloró aún más diciendo que tenía muchas dudas, que ya no sabía de que religión era, que no confiaba en ningún sacerdote para confesarse. La consuelo en lo que puedo y me comprometo a encontrarle uno bueno. Termino mi exposición y entonces N. me dice que en vez de dos horas, toda la cosa duró tan sólo treinta y cinco minutos, me puse a repasar con él los puntos que faltaron y salimos a la calle, donde el tomó una ruta y yo otra.

Luego me encontraba yo en una cena familiar, en un comedor dentro de una cocina, con tíos, abuelos y hermanas, pero no con mis padres. De pronto una tía abuela o algo similar (cuyo nombre por cierto no conozco, y probablemente no exista) se dedica enardecidamente a criticar ciertos aspectos de mis padres y a atacarlos e insultarlos. Después de aguantar dos o tres pedradas, exploté y le grité claramente: "cállese ya por favor". Sólo me fui y me senté en la esquina, en un mesa-banco. De pronto estaba en una clase y había que sacar cierta libreta, así que empecé a buscar entre mi mochila y el pequeño estante debajo de la silla que sirve para apilar libros y libretas. Había muchas libretas, muchas de ellas muy usadas y maltratadas, así que abrí una tras otra buscando encontrar la que se me pedía. Pero entonces ya estaba otra vez en la cocina, todavía en el mesa-banco. Me paro y alado de mí había un lava-trastes, que creo que no tenía relevancia. Llega mi abuela conmigo y me invita a entregarle algo de ropa porque iba a lavar, (entonces caí en la cuenta de que llevaba más de un día en ese lugar). Le doy cinco camisetas diferentes y me dice que yo las tengo que lavar.

Entonces entro a un cuarto inmenso. Regaderas altísimas dejan caer una lluvia constante en un cuarto a mi derecha y enfrente de mí cae desde una especie de cueva en el techo un chorro grueso y grande de agua y al fondo un pasillo que doblaba a la izquierda. M. estaba ahí, me pongo a jugar con ella y la termino mojando completamente en una de las regaderas, luego se despide y se va. voy poniendo mi ropa en una lavadora que estaba alado del chorro, y aprovecho para poner también la que traigo puesta, menos la interior. Me dirijo entonces a recorrer el pasillo que tenía el chorro como puerta y al doblar la esquina me topo con la sorpresa de que está plagado con gente conocida, en un cuarto que asemeja a una cueva subterránea y que tiene una alberca en el centro, que yo sabía era parte de una lavadora gigantesca y de hecho en el techo se podía ver tubería transparente con agua corriendo a través de ella. Me acerco a Y. y le pido una toalla, no tiene, pero algo platico con él. Me acerco a L. que tiene una alado de él, pero no era suya y estaba mojada. En la alberca se encontraba M. vestido con un pantalón, chaqueta y gorra deportivos de color negro. En la orilla se encontraba acostada C. y por alguna razón me dio la urgencia de ir a taparle la nariz, pero en lo que iba llegando una amiga suya me ganó la idea. Entonces pasó alado mío una señora (¿o joven?) con la espalda jorobada a medias, la cabeza muy enfrente del centro del cuello y una cara de boba. Entro por una puerta de vidrio y desapareció. Pensé en que iba a cumplir con su labor eclesial y que me tenía que proponer nunca terminar así.