miércoles, 28 de septiembre de 2011

Iba a alguna fiesta, y ya se habían ido todos menos yo. Fui a un lugar antes, y en el camino hacia un tercer lugar íbamos en un vehículo extraño, antiguo pero bien cuidado, con el capote abajo. Había de nuestro lado derecho muchas cajas de plástico rojas. Éstas cajas servían para medir el coeficiente intelectual de los niños. Una señora joven a bordo de mí vehículo probaba a una niña, y era demasiado exigente con ella.

Finalmente me dice B. que tenía la camiseta al revés, creo que la de misiones celeste, ya deslavada por el uso. También en mi camiseta había una imagen, la de un pato donald, pero desfigurado, con un ojo más grande que otro, visco y el pico demasiado puntiagudo. La camiseta en sí no estaba al revés, sino que la manga del lago izquierdo, desde el hombro estaba mal heche y apuntaba hacia afuera, tenía una física y anatómicamente (la traía puesta) imposible difícil de describir. Pense en regresarme solo y cambiarme, pero me pareció inútil la opción.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Íbanos en una autobus camino a un lugar recreativo, un rancho, quinta, terreno o algo que se le pareciera. Finalmente después de mucho camino, llegamos a uno que estaba dentro de la ciudad de la que inicialmente partimos. En el trayecto, A.D.L.M. pidió saber a dónde íbamos y si ya habíamos llegado, incluso ya que nos bajamos a un hermoso lugar rodeado de montañas nevadas y pasto verde. De alguna manera tuvimos la iniciativa de jugarle una broma que consistía en hacerle creer que no habíamos llegado, y el tenía que llamar a su casa, su casa de colinas (inexistente en la realidad) por medio de una operadora, hasta que logró recordar el número y tuvimos que confesar que estuvimos en nuestro destino todo el tiempo. Cuestioné la ausencia de su hermano pero supuse, y a la vez lo hicieron los demás, que estaba con su novia.

Habiendo estado poco tiempo dentro de aquel lugar , tomé un rifle y me dirigí hacia una de las montañas. Lograba ver todo el talud e incluso los juegos, casas y palapas que consistían el área recreativa del lugar. Estuve un rato esperando, con poca esperanza, hasta que vi cruzar un oso hormiguero, blanco y café, a paso despreocupado. Me detuvo la idea de que un tiro desviado fuera a parar en la mencionada área recreativa. Más tarde cruzó un alce grande, también blanco y con un cuerno. Pero volteó la cabeza y viéndolo bien, si tenía ambos cuernos bien formados y monumentales. Dudé si disparar también, se me había dicho que sólo lo hiciera ante un ejemplar que lo valiera. De inmediato vi un venado también con la cornamenta monumental, de inmediato supe que ese sí valía la pena. Me dispuse a disparar, pero no recuerdo porqué no lo hice. Pero ya había cargado, y entonces tuve problemas con la acción del rifle y al querer ponerle seguro inglés no pude hacerlo.

Apareció mi tío L. y lo primero que hizo fue intentar ayudarme con la acción. El también batalló con ella. La balas eran gruesas y huecas, totalmente huecas y con orificios en la cabeza en forma de líneas. Algo así como una cruza entre un gallito y un mini torpedo, pero de metal de cobre. La cosa es que estaban atoradas y después de batallar un rato, (cosa para la cual yo me refugié detrás de una pared con el miedo de que el rifle fallara y se disparara) las balas cedieron y ayudé a sacarlas una por una. Quedó otra vez cargado el rifle y otra vez me puse a espiar un tiempo más.

Corríamos por una carretera a gran velocidad, saliendo del rancho,. El vehículo era tal que iba N. en una moto arrastrándome a mi, probablemente en algo parecido a una cuatrimoto, por medio de un hilo. Yo no sabía como regresar, pero N. sí, y A.C. también, quien iba en otro carro pero se nos perdió a la mitad del camino. Cada vez agarrábamos más velocidad y las curvas estaban más pronunciadas y había cada vez más agua. N. hacía trompos en cada una de ellas, de igual manera dando cada vez más vueltas y yo brincando cada vez más, manteniéndome estable de alguna forma. En la última hasta juntamos un buen número de expectadores, pues nos detuvimos antes de cruzarla (por el peligro que suponía) y detuvimos el tráfico de la carretera, juntando algunas motos y muchos carros. N. advirtió el peligro, dejando claro que nunca había hecho eso, para después finalmente hacerlo exitosamente.

También en algún punto, dejé yo tirada en mi cuarto de baño una bata de laboratorio que no me pertenece y una camiseta conmemorativa blanca en el suelo, así como mi pantalón para meterme a bañar. La cosa es que cuando intento hacerlo resulta que todo el cuarto se está inundando, mojando mi pantalón y la bata, los cuales pensaba usar hoy. Cierro el paso de agua y busco la causa del problema. El pretil de la regadera está bien, pero raro, y después de varios análisis logro darme cuenta que hay una pronunciada perturbación en el piso, una bola o pequeña lomita se formaba en el piso, como si alguien de abajo hubiera intentado salir y se hubiera encontrado con el material, o si la tierra hubiera tenido una burbuja. Ambas explicaciones y muchas más corrieron por mi cabeza, pero no encontré ninguna que me satisficiera.

Buscaba también cortarme el pelo. Era domingo (sorprendentemente apegado a la realidad) y fui a una plaza que ahora reconozco como la 401. Estaba repleta de gente como era de esperarse en tal día de la semana y mucho más grande y larga de lo acostumbrado. Caminaba a paso veloz durante algún tiempo, preocupado por mi manera de verme, por la bufanda blanca sobre la que traía otra bufanda de colores más opacos. Llegué finalmente a una peluquería, con precios de ensueño (duh!) y una aparente familiaridad con los dueños y empleados del lugar. Habló conmigo un hombre afeminado sobre lo que iba a hacerme en el pelo pero algo le faltaba y fue a conseguirlo, en lo que yo dejé mis cosas, que eran muchas y de extraña procedencia (incluyendo cojines y ropa) en una esquina. Me recosté sobre la silla de piel sobre la que me encontraba, poniendo las piernas sobre el respaldo y mi cabeza en el asiento. Oía a una mujer hablar sobre la contabilidad del local con otro hombre que simplemente estaba sentado. Y ya.

domingo, 31 de julio de 2011

Estaba en un lugar abierto, no sé si una quinta o un patio. Fumaba, cuando por error el cigarro me quemó la punta de un dedo de la mano izquierda. Fue un dolor insoportable, más de lo normal. Tardé en quitarme la ceniza ardiente del dedo y cuando por fin lo logré, faltaba casi la totalidad del miembro. Aparté la mirada, y cuando lo volví a ver, había un pequeño vástago, bifurcado en el extremo y rosa por ser carne nueva. Momentos después, donde había un dedo se encontraban cuatro deformes con sus respectivos bífidos extremos. D. lo notó y poniendo su mano en mi boca clamó al cielo una liberación. Y mis dedos eran cinco y normales otra vez.

lunes, 24 de enero de 2011

Fragmento

Doña Inés del alma mía.
Luz de donde el sol la toma,
hermosísima paloma
privada de libertad,

si os dignáis por estas letras
pasar vuestros lindos ojos,
no los tornéis con enojos
sin concluir, acabad.

Nuestros padres de consuno
nuestras bodas acordaron,
porque los cielos juntaron
los destinos de los dos.

Y halagado desde entonces
con tan risueña esperanza,
mi alma, doña Inés, no alcanza
otro porvenir que vos.

De amor con ella en mi pecho
brotó una chispa ligera,
que han convertido en hoguera
tiempo y afición tenaz:

y esta llama que en mí mismo
se alimenta inextinguible,
cada día más terrible
va creciendo y más voraz.

En vano a apagarla
concurren tiempo y ausencia,
que doblando su violencia,
no hoguera ya, volcán es.

Y yo, que en medio del cráter
desamparado batallo,
suspendido en él me hallo
entre mi tumba y mi Inés.

Inés, alma de mi alma,
perpetuo imán de mi vida,
perla sin concha escondida
entre las algas del mar;

garza que nunca del nido
tender osaste el vuelo,
el diáfano azul del cielo
para aprender a cruzar:

si es que a través de esos muros
el mundo apenada miras,
y por el mundo suspiras
de libertad con afán,

acuérdate que al pie mismo
de esos muros que te guardan,
para salvarte te aguardan
los brazos de tu don Juan.

Acuérdate de quien llora
al pie de tu celosía
y allí le sorprende el día
y le halla la noche allí;

acuérdate de quien vive
sólo por ti, ¡vida mía!
y que a tus pies volaría
si le llamaras a ti.

Adiós, ¡oh luz de mis ojos!
Adiós, Inés de mi alma:
medita, por Dios, en calma
las palabras que aquí van:

y si odias esa clausura,
que ser tu sepulcro debe,
manda, que a todo se atreve
por tu hermosura don Juan.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Un día me desperté y no me reconocí. Estaba en mi cuerpo, pero no vivía dentro de él. Mis ideales estaban adentro de mi cabeza, pero no actuaba conforme a ellos. El espejo mostraba mi rostro, pero mi cara no mostraba mi sentir.

Ya no confío en mi mismo. Mi cuerpo no hace lo que le pide, hace lo que quiere. Ya no soy yo.

Quizá estoy escondido en lo más profundo de mi ser. Quizá...

miércoles, 20 de octubre de 2010

...

Aguzando el oído, lo único que Betsy al principio podía percibir era su agitada respiración. Se fue calmando, y poco a poco empezó a escuchar los ruidos del bosque, la respiración de Tito, los grillos, la brisa fresca en las ramas de los árboles, y un crujido repetitivo, suave, que se acercaba. No eran pasos, al menos no de persona, eran demasiado irregulares. Ya estaban casi sobre ellos, Betsy no se contuvo y se aferró cada vez más fuerte al brazo de Tito casi al grado de lastimarlo, soltando al fin un grito ahogado.

...

- "Pasos a la Par".


Wait for it...

martes, 12 de octubre de 2010

Traumas a posteriori

Acompañaba a un amigo o compañero (no estoy seguro) a un viaje de placer o de negocios (tampoco lo sé). Íbamos hacia el sur del país y en una carretera desolada, de esas de un solo carril en cada dirección y nada más que desierto alrededor. Nuestro carro no era nuevo, y paramos de pronto, creo que se me hizo normal al pensar que pudo haber una falla mecánica. Nos bajamos del vehículo y llegó otro, una pick up blanca, descuidada.

Entonces estaba yo en cunclillas, un tipo con sombrero a mi derecha y otro tipo con sombrero enfrente (también en cunclillas), y el dueño del vehículo en el que antes viajaba con las manos levantadas y un arma pesada apuntándole. En mis manos había una ametralladora grande y pesada y apuntaba al primero y luego al segundo, gritos fueron y vinieron a una velocidad impresionante:

- ¡Que suelte el arma!
- ¡Suéltala! - Me dijo la única voz familiar
- ¡Me está apuntando! ¡Que la suelte ya!
- ¡Se está parando! - Alcancé oír gritar al de mi derecha

Y lo siguiente que supe fue que me estaban atacando y ráfagas de balas silbaban a mi alrededor. Empecé a regresar el fuego lo más pronto que pude pero me di cuenta que fue demasiado tarde cuando mi hombro/pecho izquierdo detuvo la trayectoria de cuatro proyectiles pesados y calientes.

Me impulsé hacia atrás del carro y recargué mi herido ser en la terrosa llanta buscando un momento de alivio para mi agitada respiración. Quise regresar al combate pero mi cuerpo no me dejó, y el fútil intento solo provocó que me encontrara acostado, tosiendo y débil. Pude escuchar una negociación entre mi acompañando y mis asesinos: al parecer habían perdido interés en mi.

- ¿Qué tan herido estaré? - Me pregunté

También reflexioné momentáneamente sobre lo interesante que era que en ese último momento me encontrara solo con mi ser, y que incómodo era platicar conmigo mismo después de tanto tiempo de no hacerlo. Recordé que con mi experiencia como cazador podría saber la magnitud del peligro que corría de partir de éste mundo con un simple vistazo a la sangre había derramado.

Hasta ese momento no había podido entender porqué Homero llamaba a la sangre "negra", si siempre se ha sabido que es roja. Pues mis dudas fueron resueltas, tragué saliva al ver el charco de líquido gelatinoso, semi-cuajado, casi palpitante, de fuerte olor, que se encontraba debajo de mi. Había una pequeñas gotas violentamente rojas que llameaban en tonalidades de rojo más oscuro, algo de tierra y negro, un negro que hizo que mi alma cayera hasta mis pies.

Intenté reincorporarme una y otra vez, pero no lograba más que emitir unos leves quejidos que muy apenas yo podía oír. Me estaba dando por vencido, con mi vista fija en el horizonte vertical, cuando escuché el accionar de la llave de la camioneta y las llantas rechazar el pavimento, hasta que el ruido del motor desapareció en un eco sordo a lo lejos. Luego el silencio.

Y luego los cascos de un caballo que se acercaba hacia mi cuerpo y lo que quedaba de mi alma en él. Quizá mis asesinos no se habían olvidado de mi. Con un nuevo deseo de vivir logré levantar la cabeza apoyando lo que pude de mi cuerpo contra la llanta, para cuando llegó sobre un marrón equino un hombre gordo, asombrerado y bigotudo que no tardó en pararse, apuntar entre mis ojos y tronarla. Y sin mirar a su objetivo, partió sin decir nada, ignorante de que la bala pudo detenerla una placa que puse entre su jeta y mi cara.

Entonces me encontraba, moribundo y desahuciado, sobre el carro de mi amigo (o a quien acompañaba), buscando un lugar donde pudieran alejar a la muerte, un hospital, pero ¿cómo? ¡si yo no tengo seguro!