miércoles, 7 de abril de 2010

El gélido andar de la brisa matutina acompañaba a varias personas que, dirigiéndose a ningún lugar aparente, fruncían el seño y apretaban sus brazos al resto de su ser corpóreo. Cabizbajos y ensimismados, unos yendo y otros viniendo a paso monótono pero veloz, buscando ignorarse lo más posible entre ellos. Alguien los catalogaría como hombres huecos, hombres eternos, hombres light u hombres trascendentes, todos diferentes entre sí y, al mismo tiempo, tan iguales en su conjunto y en su apreciación que a duras penas se distinguían unos de otros. Ni en su vestir, ni en su caminar, ni en su actuar, ni en su ser ni en su poseer había originalidad digna de mención.