jueves, 30 de octubre de 2008

Estaba por un camino terregoso caminando con mi brazo completo al fin. Las botas hacen sonar cada paso e intento que lo hagan lo menos posible. Voy por la orilla del camino intentando esconder mi cuerpo con la maleza.

Hay un venado bebé recostado sobre el tronco de un árbol que ha sido talado por leñadores (el árbol no el venado). Al verme corre y al yo seguirlo me encuentro con su mamá. Ambos corren hacia el bosque tupido (¿así se llamaba el bosque?) y desaparecen. Me siento sobre el frío suelo en espera del macho que pueda estar por ahí.

En eso se atraviesa una creatura gatuna salvaje de un tamaño impresionante. Volteo a ver al animal y me contesta con una mirada fija y penetrante. Bajo la bala, apunto y veo impresionado como un conejo aún más grande que el gato se coloca algunos metros atrás (del gato no de mí).

Lo bueno es que mi tío me la hizo fácil cuando desesperado por mi tardanza va a buscarme en su camioneta negra y ambos animales huyen despavoridos.

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