jueves, 10 de enero de 2008

Pecado

El joven respiraba tan fuerte y tan rápido que sentía que la agitación lo iba a matar. Sufría el peor de los sufrimientos adentro, aún así ¡oh, que fácil era quedarse ahí acostado y, aunque no se disfrutaba en absoluto, algo tenía que lo hacia tan atractivo! Ese lugar tan deseado y a la vez tan dañino y vacío. Algunos dicen que era su imaginación, pero él asegura que cuanto más tiempo pasaba adentro el vacío se hacia más grande, el hedor a putrefacción se tornaba más intenso e incluso llegó a afirmar que la penumbra se volvía tan penetrante que los huesos le dolían. Cada vez, en su desesperación, y después de dolorosos intentos para vencer a lo que lo mantenía atado, lograba querer salir del baúl bajo el ideal de una aspiración nueva, un proyecto nuevo, una amistad, un amor. En esas frenéticas y espontáneas situaciones (que ni en un millón de años podría haber logrado por sí mismo, afirma) se veía atrapado por cientos de manos (esa forma se sentía al menos) que lo arrastraban una vez más a la oscuridad.
Una que otra vez lograba valiéndose de esfuerzos sobrehumanos (dice él que de encontrarse sólo nunca hubiera podido y mucho menos sin el precedente del que todo el mundo habla hoy en día) conseguía sentarse, entonces era cuando las cosas eran en realidad difíciles: oía voces en su cabeza. No cualquier voz, sino la de sus conocidos: amigos, familiares (seres queridos en fin). Pero sonaban extrañas. Las menos tentadoras hablaban de tiempos nuevos, vida nueva y libertad. El conocimiento como la fuente máxima de perfección y único objetivo en la vida. Otras más se expresaban en palabras extrañas y de lo que se les podía entender el joven infirió que tenían la verdad, o las verdades como decían ellos. Hubo uno que por un momento dejó estupefacto al joven haciéndolo creer que no existía y era producto de la imaginación de la propia voz. Las voces más tentadoras hablaban de espíritus ocultos, energías y hechicería pero incluso estás implicaban esfuerzo, como lo hizo sabe oportunamente una voz clara y fuerte. Entonces esta voz clara y fuerte dijo una frase clave: ¿qué haces sentado pudiendo estar recostado? Y confió en él joven una ley natural que pocos humanos saben y de la que se puede sacar mucho provecho: la ley del mínimo esfuerzo necesario.
Fue entonces cuando el joven escucho otra voz. Empezó leve como un zumbido en el oído izquierdo, pero fue creciendo de tal manera que si en ese entonces hubiera deseado gritar no hubiera escuchado su propia voz. Claro que lo que decía la voz no lo invitaba para nada a gritar. Sonaba cierta como la verdad más elemental. La voz decía: ¡LEVÁNTATE! ¿Pero, cómo? y en ese momento el joven se incorporó de un salto (cuenta que en ese momento y hasta ahora no estuvo seguro si se puso de pie por su cuenta o fue algo más lo que lo jaló hacia arriba)
Para su sorpresa aun estando de pie seguía dentro del baúl (tanto así había crecido la oscuridad). Se dispuso a abrir la tapa que en ese momento tenía esencia de techo para su persona. ¡Qué pesada era! En eso momento pasaron enfrente de él siete personas. Digo enfrente de él por que fue así como el joven las imaginó pero luego se percató de que sólo estaban en su imaginación. La primera era una muchacha cuya belleza nada tenía que envidiar a Helena, por cuyo nombre naciones enteras pelearon. La segunda era Bacco con las bacantes que traían un banquete en su honor. La tercera era fuego cuyo calor podría atravesar cien puertas de kilómetros de grosor cada una y aún así quemar la mano de quien tocara la más distante. La cuarta era un millonario (cuyo nombre preferiría callar) que podía comprar los activos totales del mundo cuatro veces. La quinta era difícil de describir, lo que el joven pudo decir es que era tan pequeña y aparentemente manejable que su inmensidad absorbía, se llamaba Orual. La sexta era ya conocida pues cuando habló reconoció la voz que lo invitaba a recostarse y en realidad era solo eso: una voz. La séptima persona era la más interesante pues era muy parecida al joven y en cuanto entró se dispuso a disfrutar lo que ofrecían las demás personas al creerse digno de tales placeres. La muchacha le ofrecía carne. Bacco ofrecía excesos. El fuego ofrecía poder. El millonario bienes. Orual todo lo que tenían los demás. La voz invitaba al joven a dejarse llevar por los demás. El joven que se le parecía mucho se acercó a él y tocándolo se hicieron uno sólo, y ahora en su mente le hacía creer que todos esos bienes eran lo mínimo que él se merecía y que él era el mejor de todos. Ya no necesitaba salir del baúl. Lo tenía todo.
Se dice que en el momento que oyó un zumbido en el oído izquierdo su mente fue lo suficientemente poderosa para ignorarla incluso cuando gritaba. El joven se hallaba una vez más en el fondo del baúl.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tengo mucho que meditar sobre el baúl...