miércoles, 3 de septiembre de 2008

¡quien se sabe hijo de Dios no deja lugar para la tristeza!

No es lo mismo tristeza que dolor. La tristeza viene del alma, es profunda y quita toda la felicidad de nuestro ser. La tristeza corrompe y envilece. Hace que los metros se hagan kilometros y los segundos horas. Atrofia los sentidos y entorpece la razón. Asegura el daño al corazón y lo hace permanente. Corta la conexión con el amor y puede llevar al odio. Hace daño a la amistad y la lleva al fracaso. Se puede evitar con la alegría intrínseca que nos da el amor. Y se debe evitar por que de no hacerlo lo mata. Puede llevar a la depresión y a la apatía, a la iseguridad y la autocomplacencia, a la muerte y al pecado.

El dolor por otro lado es diferente. Es inevitable por que es consecuencia directa del sufrimiento que es característica intrínseca de la vida (a veces más, a veces menos). El dolor se carga como cruz y santifica. Fortalece los sentidos y mueve a la razón. Habiendo dolor en el corazón puede (y debe) haber alegría en el alma. Alegría fundada en el amor de Dios hacia nosotros, de nosotros hacia Dios, y del amor hacia y para el prójimo. La cruz hace llevadero el dolor, hace contacto la distancia y evento el tiempo. Contacto por que sientes al ser perdido(en todos los sentidos)/distante/ausente en tu corazón. Y evento por que el tiempo deja de ser expectante. Ya no existe el "¿cuánto falta?", si no los recuerdos y la esperanza. El corazón no se daña, si no que se hace más fuerte. Asegura la conexión con el amor ¡y lo hace permanente! Encuentra lazos en la amistad y la hace superar toda barrera. Y sobre todo, nos acerca más a Dios y a su misericordia.

El Señor no te va a dar una cruz que sepa que no puedas cargar. Pero necesitas tu cruz para santificarte. "el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discipulo" (Lc.14,27)

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