lunes, 28 de julio de 2008

Callad

El sol cuatro dedos arriba del horizonte. La sierra de tatalpa a la distancia de un tiro de flecha. La sierra de tatalpa cubierta de una variedad incontable de pinos, zacate y musgo al alcanze de la mano. El techo del escenario azul, azul, azul... Un borrego se pierde del rebaño que camina hacia el horizonte y galopa por la más pequeña de las montañas. Su lana es rala, incluso transparentosa, pero tiene un brío distinto a las demás.

A los pies de la sierra descansa un valle de pasto verde, verde, verde... Las vacas pastan y caminan cual hormigas. El camino es largo y el pasto hace valla a su paso. No se ve el fin. Al fondo a la izquierda un par de charcos gemelos hacen de espejo al universo. Su reflejo se pierde en el infinito.

Una luciernaga (¿hada?) tintinea a mi derecha. El sol está tan solo un dedo arriba del horizonte. Sus dedos anaranjados abrazan la sierra y recogen el rebaño celestial que en lugar de tener lana parece crecer algodón. Los gemelos en su honor tornan de color pardo y los montes antes verdes se tornan azules. La roca a mis pies inamovible sugiere tomar asiento. El olor fresco del bosque me inunda y me invita a hacer algo. ¿Pero qué? ¿Cómo agradecer por tanta belleza?

La respuesta me llega cual pedrada de una voz de mujer: ésta vista amerita un decenario. Una vez entregada la rosa no cabía duda: un decenario no era suficiente, había que rezar el rosario entero. Y una vez lleno de Su paz; la vista, la fogata, el cielo en la noche estrellado y una estrella fugaz salieron sobrando.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Amigo mio, osad de la vista pues es de lo ams preciado que nos a dado Dios, nos la dio para ver la belleza del mundo en el que vivimos