sábado, 7 de agosto de 2010

Lavadora

Primero estaba en un salón cuadrado, D., D., E. y A. no habían llegado, era un problema porque ellos tenían temas que exponer. Consulto con N. que es lo que procede varias veces, y finalmente por la puerta entreabierta se asoman D. y D. y me dan autorización de empezar con sus partes. El área que tenía de movimiento estaba limitada por mesa-bancos grises modernos en un espacio rectangular que abarcaba tres cuartas partes de la pared a la que yo daba la espalda. Empiezo a hablar desde la introducción del tema y en algún punto N. me voltea a ver severamente y luego señala su reloj. Me apresuro en mi hablar y en cierto momento de mi exposición F. y dos personas más están distraídas escribiendo en un papel, que al acercarme entre la gente me doy cuenta que es una tarea de matemáticas. Para cuando me doy cuenta, ya todo el salón está distraído y haciendo un ruido ensordecedor (Sobretodo L., que se encontraba a la mano izquierda de quien se parara a exponer). Me enfurezco más de lo que debería con F. y le empiezo a gritar, ante mi sorpresa ella empieza a sollozar y luego a llorar dramáticamente. Le pregunté el motivo mientras le secaba las lágrimas con mis dedos y lloró aún más diciendo que tenía muchas dudas, que ya no sabía de que religión era, que no confiaba en ningún sacerdote para confesarse. La consuelo en lo que puedo y me comprometo a encontrarle uno bueno. Termino mi exposición y entonces N. me dice que en vez de dos horas, toda la cosa duró tan sólo treinta y cinco minutos, me puse a repasar con él los puntos que faltaron y salimos a la calle, donde el tomó una ruta y yo otra.

Luego me encontraba yo en una cena familiar, en un comedor dentro de una cocina, con tíos, abuelos y hermanas, pero no con mis padres. De pronto una tía abuela o algo similar (cuyo nombre por cierto no conozco, y probablemente no exista) se dedica enardecidamente a criticar ciertos aspectos de mis padres y a atacarlos e insultarlos. Después de aguantar dos o tres pedradas, exploté y le grité claramente: "cállese ya por favor". Sólo me fui y me senté en la esquina, en un mesa-banco. De pronto estaba en una clase y había que sacar cierta libreta, así que empecé a buscar entre mi mochila y el pequeño estante debajo de la silla que sirve para apilar libros y libretas. Había muchas libretas, muchas de ellas muy usadas y maltratadas, así que abrí una tras otra buscando encontrar la que se me pedía. Pero entonces ya estaba otra vez en la cocina, todavía en el mesa-banco. Me paro y alado de mí había un lava-trastes, que creo que no tenía relevancia. Llega mi abuela conmigo y me invita a entregarle algo de ropa porque iba a lavar, (entonces caí en la cuenta de que llevaba más de un día en ese lugar). Le doy cinco camisetas diferentes y me dice que yo las tengo que lavar.

Entonces entro a un cuarto inmenso. Regaderas altísimas dejan caer una lluvia constante en un cuarto a mi derecha y enfrente de mí cae desde una especie de cueva en el techo un chorro grueso y grande de agua y al fondo un pasillo que doblaba a la izquierda. M. estaba ahí, me pongo a jugar con ella y la termino mojando completamente en una de las regaderas, luego se despide y se va. voy poniendo mi ropa en una lavadora que estaba alado del chorro, y aprovecho para poner también la que traigo puesta, menos la interior. Me dirijo entonces a recorrer el pasillo que tenía el chorro como puerta y al doblar la esquina me topo con la sorpresa de que está plagado con gente conocida, en un cuarto que asemeja a una cueva subterránea y que tiene una alberca en el centro, que yo sabía era parte de una lavadora gigantesca y de hecho en el techo se podía ver tubería transparente con agua corriendo a través de ella. Me acerco a Y. y le pido una toalla, no tiene, pero algo platico con él. Me acerco a L. que tiene una alado de él, pero no era suya y estaba mojada. En la alberca se encontraba M. vestido con un pantalón, chaqueta y gorra deportivos de color negro. En la orilla se encontraba acostada C. y por alguna razón me dio la urgencia de ir a taparle la nariz, pero en lo que iba llegando una amiga suya me ganó la idea. Entonces pasó alado mío una señora (¿o joven?) con la espalda jorobada a medias, la cabeza muy enfrente del centro del cuello y una cara de boba. Entro por una puerta de vidrio y desapareció. Pensé en que iba a cumplir con su labor eclesial y que me tenía que proponer nunca terminar así.

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