Muchas distintas personas van acumulando pasos a la par de los nuestros. Algunas unos segundos, otras minutos y, las menos, horas. Unas pocas pasan largos años en el mismo caminar. Se van y regresan conforme les va dictando su conciencia, coinciden a veces, y a veces se apartan, regresan o jamás vuelven. Caminar terreno que ¡con tanta terquedad abrazan los hombres! Eterno en un momento y efímero al siguiente. Un paso, dos pasos, mil pasos o ninguno, no importa. Lo que importa es el porqué, el cómo, con quien, y sus respectivas trascendencias. ¿Se podrá valorar lo suficiente a éstas personas? pareciera que no, pero me gusta intentarlo.
Suspiró Tito lentamente. Cada vez le cansaba más escribir, por alguna razón le “faltaba inspiración”. Aún así estaba contento con este fragmento, y a final de cuentas sabía perfectamente que al releerlo en un futuro de algo le iba a servir, al menos para recordar su sentir en cada etapa de su vida, aunque para el resto de la raza humana, a la cual muchos de sus lectores pertenecían, algunos de sus escritos les parecieran irrelevantes.
Vio el reloj: se le hacía tarde. Cerró su libreta, guardó la pluma y el tintero y a toda prisa terminó de arreglarse. Era una noche especial, saldría con Betsy y, como pasaba seguido, se le había fugado un buen pedazo de tiempo y tuvo que correr por todos lados buscando lo que le faltaba. Pantalón cómodo, camisa decente, chaqueta y capa a juego que le daban medio toque de elegancia y uno y medio de excentricidad. Se pasó el peine dos o tres veces y con el cepillo de dientes en la boca, se abrochaba el cinturón mientras con un pie se ajustaba el zapato en el otro. Bajó las escaleras hacia el primer piso y de pasada agarró un chocolate que estaba demasiado a la vista, - ¡me lleva! - dijo en voz alta y se regresó brincando los escalones de dos en dos para volverse a lavar los dientes. Medio que terminó, bajó corriendo y salió de su casa dejando la puerta atrás de él. Volvió a entrar y subió ahora casi de tres en tres escalones para llegar a su cuarto y ponerse loción, dio tres pasos a la salida y cuatro de regreso para ahora meter su reloj al bolsillo derecho y salió como alma que lleva el viento a la calle, ahora si sin olvidar ponerle llave a la puerta de la entrada.
Se apresuró a tomar un carro. - Calle “de las bugambilias”, en el centro, rápido porfavor – dijo al chofer. Cerró la puerta, oyó el relinchar de los caballos y se relajó (aunque sólo un poco) con el pasó firme y constante de tan finas bestias, el suave aire que entraba por la ventana y la vista de la ciudad anochecida, alumbrada sólo por farolas y amenizada por la gente que salía a pasear en sus aceras, jardines y parques.
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